De mi padre recuerdo la primera vez que conocí el mar, la maravilla de tener todo a disposición de mis manos, la paciencia para escuchar las historias de su infancia y las peripecias que vivió al desertar de su familia, la interminable devoción que tenía por mi abuelo José Viviano , la mirada perdida y desolada cuando me habla de el, la mirada que algún día heredaré al hablarle a mi pequeño Oliver sobre su abuelo.
La voluntad de un hombre es suficiente para crear cualquier cosa, pero no siempre es suficiente para cubrir el desierto que te deja la soledad. Su voluntad ha hecho cosas terribles, ha construido sueños tan grandes como ciudades. Ha defendido la fidelidad de su familia como un verdadero hombre de hombres. El camino de su conocimiento crece en segundos de memoria donde almacena todo lo que es capaz de saber. Él no lee, no escribe, pero puede decifrar tu soledad con tan solo una mirada.
Sus manos alguna vez me tomaron para caminar. En esas manos he visto un camino que se niega a ser terminado, un ansia que no tiene descanso y el miedo a la soledad.Ese hombre hace mella en el tiempo, mientras yo vago mirándolo pasar. Él se ha vuelto un árbol de vida que se niega a morir, sus retoños han crecido un poco torcidos y de colores dispares, uno de ellos camina a contraluz, se enreda a todo como una hiedra, ese no tiene camino.
Mi padre llora en el silencio los segundos que no puede volver atrás. Su fracaso no es de forma, es de fondo, algún día tal vez aprenderá a verlo, a entenderlo. Rompe hojas que no ha escrito aún, no puede hacerlo, se niega a ello. Sus textos son de esos que no se pueden leer, se sienten en la intención de sus manos, en el pulsar de sus venas, en la insistencia de sus carcajadas, en el terremoto de su voz.
De él aprendí esa mirada que no necesita palabras, esa misma a la que tanta gente le tiene miedo. De él también se quedo algo de eso extraño que muchos llaman autosuficiencia. De él aprendí también a no hablar, a no tenerle miedo a nada, a poder hacer mil cosas al tiempo con el ritmo de un simple par de manos, a no tener preocupación de la opinión ajena, a ser eso que quieres ser y dejarte llevar por lo que sueñas, pero también sus días tristes.
A veces olvido cómo era todo antes. Hay un antes y un hoy que nos pesa terriblemente. Un hoy y un antes que ahora no nos deja vivir. De repente entra al cuarto, igual que antes entraba a nuestra vieja casa y tiene esa mirada que parece ver algo que ya no es lo que está ahí. Observo sus ojos y su sonrisa y mientras me mira sé que imagina ver a ese niño con el que caminaba a todo lado subido en sus hombros, comprando dulces y epartiendolos a todos mis amigos, yo era el sol y ellos los planetas, yo era la luna y ellos las estrellas. Lo recuerdo sollozando un día con las letras de un bpasillo que le recordaba a su padre, esa música lo hacía también cantar a él, igual que con esa música mi abuelo aligeraba lo duro de su mirada.
Y la tonadita nunca la pude olvidar. La encontré de casualidad caminando en medio de alguna acera plagada de miseria, vagando por ahí como nunca quiso que lo hiciera. Y un día vino, abrió la puerta del cuarto, escuchó un poco y dudó hasta que volvió a entrar y dijo: “¿y tú qué haces escuchando eso?. Le conteste: ya vez, es la música que le gustaba a mi abuelo, hizo un gesto de sorpresa ¿y de dónde sacaste tú ese disco? le dije: de por ahi, de por ahi, se sentó en la cama observando las fotos pegadas por todos lados en el cuarto. Y de repente vino de nuevo esa tonadita y le volví a escuchar cantarla, con voz bajita. Y en ese momento vi de nuevo ese brillo en sus ojos, como el que debió haber tenido de joven, mientras regresaba de algún lugar bajo esa extraña luz con que pinta la luna las noches en el campo. Aroma a algarrobo. A veces prefiero la tristeza y las lágrimas a la nostalgia, te amo papá, aunque hoy, ya nada sea igual.
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